LOS CABALLEROS NUNCA MUEREN
He salido a pasear pronto cuando la ciudad aún se está despabilando lenta y tranquila, sin sobresaltos. Me sorprende su silencio contenido, pero me doy cuenta que es domingo y todavia no hay coches, ni niños bulliciosos, ni jóvenes festivos. Ni siquiera los pájaros han abierto sus ventanas, ni tienen a punto sus trinos mañaneros. Solo escucho mis propios pasos, que sin prisa y sin pausa toman posesión de la vieja ciudad, que se deja conquistar sin resistencia. Aunque pensándolo mejor es ella ciertamente coqueta, recoleta y presumida quien ha conquistado mi alma castellana. Porque en mi paseo madrugador donde nada te distrae y donde sólo ella es la protagonista me he fijado en esos detalles que la hacen única, y una vez más me he enamorado. De sus piedras centenarias, de las historias que callan, de las calles estrechas y de las voces que guardan. Antes de pasar a saludar al conde Ansúrez, he pasado junto al teatro Lope de Vega que me ha mirado con aire cansado. Le he prometido que