Entradas

LOS CABALLEROS NUNCA MUEREN

Imagen
  He salido a pasear pronto cuando la ciudad aún se está despabilando lenta y tranquila, sin sobresaltos.  Me sorprende su silencio contenido, pero me doy cuenta que es domingo y todavia no hay coches, ni niños bulliciosos, ni jóvenes festivos. Ni siquiera los pájaros han abierto sus ventanas, ni tienen a punto sus trinos mañaneros.  Solo escucho mis propios pasos, que sin prisa y sin pausa toman posesión de la vieja ciudad, que se deja conquistar sin resistencia. Aunque pensándolo mejor es ella ciertamente coqueta, recoleta y presumida quien ha conquistado mi alma castellana. Porque en mi paseo madrugador donde nada te distrae y donde sólo ella es la protagonista me he fijado en esos detalles que la hacen única, y una vez más me he enamorado. De sus piedras centenarias, de las historias que callan, de las calles estrechas y de las voces que guardan. Antes de pasar a saludar al conde Ansúrez, he pasado junto al teatro Lope de Vega que me ha mirado con aire cansado. Le he prometido que

LA CIUDAD DONDE YO VIVO

Imagen
  Dicen que la gente de Valladolid es seca y un pelín cortante, pero yo creo que eso es una vieja leyenda sin fundamento.  Si bien es cierto que hay de todo, como en botica, lo que no deja de ser lo normal en cualquier otro lugar, creo que son todo lo cordiales que se puede ser cuando vives a caballo entre las heladas y un sol de justicia. Porque bien pensado no es fácil ser locuaz entre el frío y la niebla, cuando hasta las palabras se protegen son su vaho protector, ni mucho menos cuando se derriten hasta las sombras. Pero siempre nos quedaran abril y mayo para pasear por Recoletos, dejarse acariciar por el Campo Grande o, descubrir la serena placidez del Esgueva, ajeno al bullicio de los estudiantes y paseantes asiduos al renovado Prado de la Magdalena. Y por supuesto septiembre, octubre y el indefinible noviembre para apostar por el entre sol y sombra de los soportales de la Plaza Mayor, para  perderte en el laberinto de pequeñas calles con sus viejos palacios, o para dar un apacib

POR AQUELLAS BICICLETAS

Imagen
Los niños que no tuvimos abuelos o tíos en los pueblos, desconocemos la suerte de disfrutar de esos veranos libres e inolvidables. No tuvimos desayunos de leche recién ordeñada, ni pan de hogaza grande y redonda, ni empacho de moras, ni tardes eternas andando en bicicleta por todos aquellos caminos que desembocaban en la plaza del pueblo, ni fiestas con verbenas, ni por supuesto esos primeros amores al calor de esas fiestas y de esas verbenas. Y yo siempre los eché de menos, porque envidiaba la cantidad de aventuras que me contaban las amigas que tenían aquella suerte. Seguramente ellas exageraban un poco sus excursiones e incluso sus ligues, y yo seguramente las imaginaba aún mejores de lo que en realidad eran. Pero desde luego tenían un atractivo indudable. Hoy en la piscina, viendo a un grupo de chavales clavados durante horas frente al móvil, sin pensar en tirarse a bomba, ni hacerse aguadillas, ni siquiera sentarse en el bordillo para reírse con los pies metidos en el agua, pensab